Esta obra, en su intimidad, es una conversación silenciosa entre madre e hija, un testimonio visual de lo que permanece y lo que inevitablemente se escapa. Las esculturas de objetos rescatados actúan como puentes entre el pasado y el presente, convirtiendo el duelo en un acto de creación y contemplación compartido.

Mi madre fue una reconocida escultora que vivió rodeada de objetos con los que creó un mundo único. Y ahora, estos objetos, recuperados de su taller y esculpidos en nuevas formas, revelan los ecos de una vida plena, convertidos en una especie de topografía emocional que habita entre la ausencia y la memoria.

Cada escultura es una pieza del rompecabezas afectivo que mi madre dejó tras de sí, una colección que resiste la desaparición a través de nuevas configuraciones visuales y narrativas. En un acto de amor y transformación, utilizo el lenguaje de la fotografía para capturar estas obras efímeras, despojándolas de su función utilitaria y dotándolas de un simbolismo que trasciende su materialidad. Son relicarios visuales donde cada objeto habla: utensilios y pequeñas curiosidades que fueron testigos silenciosos de la vida de mi madre y que ahora se agrupan como piezas en el altar de la memoria.

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El proceso creativo detrás de esta serie no solo honra la vida y personalidad de Adriana, sino que también me permite habitar su duelo de una manera tangible y poética. A través de la reconstrucción y el encuadre de estos objetos, muestro la imposibilidad de separar a la persona de sus pertenencias. La obra evoca la dualidad del recuerdo y el olvido, donde el apego a lo material se convierte en una forma de resistencia a la ausencia, y a su vez, una manera de soltar.